Realmente no he escrito demasiado respecto de las parejas sino más de los libros y el trato que les damos, pues considero innecesario repetir exactamente lo mismo dos veces, es cosa de disposición en la lectura para poder disfrutarla, igual que cuando escuchamos a la pareja que tenemos, si le escuchamos atentamente, podemos disfrutar luego.
Pd: Quién de desee saber información completa de las citas pídalo en los comentarios, no las pongo por una cosa de estética.
Aclaración: Puede que no se hayan percatado, pues creo que solo lo he mencionado sólo una vez en las notas y contadas personas saben qué es lo que significa “Mevlyma” si es que significa algo, ya que pocos tienden a preguntarlo. Mevlyma o para ser correctos M.E.V.L.Y.M.A, pues es el acrónimo de “Me estoy volviendo loco y me alegra”. Los otros pseudónimo igualmente tienen significancia o traducción, pero eso ya es para otras notas, búsquenlos por sí mismos.
La sexualidad y los libros, de nuevos a (re)usados
(La sensualidad y estética… vertida en los libros)
"Mefistófeles.- [a Homúnculo] Haz lo que mejor te parezca. Allí donde se asentaron los espectros, tampoco desentonan los filósofos. Pues para gozar de su arte y favor, inmediatamente crean unas docenas de otros nuevos. Si no te equivocas, nunca llegarás al camino de la razón. ¡Si quieres ser, sé por tu propio esfuerzo!"
Fausto II, Goethe.
“Quiero entregar mi mano
y que mis dedos se pierdan en tus líneas…”
Mevlyma
Hace unos días que me ronda esta idea, no es un gran descubrimiento ni algo por el estilo, sino más bien una similitud que hay entre el estado de los libros y cómo se les trata y siento esto similar, si no que igual, -al menos conceptualmente- a cómo se vive la sensualidad y/o sexualidad.
Partamos por el libro nuevo, pues así es como sale de la imprenta. Embalado generalmente en una envoltura plástica delgada que es capaz de ser desgarrada o abierta con nuestras manos sin mayores problemas, ciertamente si queremos disfrutar del libro arrancamos su cubierta protectora y lo tomamos en esplendor, ¡pero no en cualquier esplendor! resulta que al abrir por primera vez su tapa notamos lo forzoso que es hacerlo, tememos violentarla demasiado dejando con ello una marca que o lamentaremos a futuro o que ayudará a su desgaste temprano, pudiendo también lamentarlo luego. En cualquier caso y venciendo el temor del primer intento o llevándolo a cabo en el primer intento abrimos el libro y -… desconozco si todos lo hacen, pero es agradable- sentir ese “olor a libro nuevo”, ese aroma que expelen las hojas al ser expuestas por vez primera y que dura un periodo no menor cada vez que abrimos, hojeamos o derechamente leemos el libro.
Situación similar a lo anterior sucede cuando ya pasada la portada del libro damos paso a hojearlo, en algunos libros es posible escuchar cómo éste suena al pasar de las páginas, sí, ¡suena! -podemos oír el libro-, las páginas se despegan progresiva y casi mágicamente cuando pasamos la hoja, ir de las páginas 7 a la 147 es una música que se nos graba con fuerza y placer. Nuestros dedos se deslizan delicadamente por los bordes de las hojas y si somos cuidadosos o conocemos un poco más, sabemos que debemos posicionar nuestros dedos, deslizándolos por debajo de la hoja, en la parte superior de ella, levantándola someramente para luego halar con suavidad y casi de manera inmediata y como si el libro también lo quisiera la página se levanta y se muestra como es: delgada, pulcra, sin manchas, suave y con un aroma inocentemente atractivo que nos causa curiosidad por conocer qué habrá en la página siguiente, y así continuamos, hasta sumirnos por completo en esta acción que nos envuelve, no por su dinámica, sino porque queremos que nos envuelva su dinámica, la terminamos y la repetimos cuantas veces sea necesario. Es parecida esta experiencia al mito del tritón que con su astucia conquistaba a las damiselas llevándoselas a las profundidades para así darse alimento de aquellas; nosotros jugamos parte en este sentido de ambos lados, somos tanto tritón como presa, tomamos al libro como una bella mujer a la cual se le da un trato preferencial y delicado para así disfrutar de ella lo mejor posible y por el mayor tiempo que pueda entregarnos, pero también somos presa del tritón que somos nosotros mismos, pues qué nos motiva a aquel presa y abrir nuestras fauces sino nuestro propio deseo y gozo que nos produce la disposición primera que damos aquello que tenemos en frente. A aquella mujer sensual que nos cautiva, porque queremos cautivarla.
Quizás, se logre entender mejor el punto anterior si lo remitimos a lo expresado por Kierkegaard en “La repetición”, aquel por boca de Constantino Constantius nos habla de la relación entre el joven poeta y su amada, a la cual admira tiempo y se ha atrevido a confesarle su amor hace muy poco, le han aceptado y logra acercarse a ella de una forma embelesada y delicada; así comenta Constantino Constantius las conversaciones con el joven poeta: “Tampoco en este otro caso es la muchacha para él una realidad, sino solamente como el puro reflejo de sus propios movimientos interiores y el acicate constante de los mismos. La muchacha, pues, tiene un significado enorme para él, que no la olvidará mientras viva. Pero tal significado e importancia enormes no los tiene ella en virtud de sus propias dotes o encantos personales, sino solamente en cuanto se ha relacionado con él. Ella es, por así decirlo, como el confín y el límite del ser de él. Semejante relación, naturalmente, no es erótica. Desde el punto de vista religioso se podría afirmar que es algo así como si Dios mismo se hubiera servido de la joven para cazar al muchacho. Lo que no quiere decir que la muchacha por sí misma sea una realidad, sino, poco más o menos, como una de esas moscas artificiales que se suelen poner en los anzuelos.” (S. Kierkegaard. La repetición, pág. 139) Puede esto sonar incluso despectivo si lo aplicamos a lo que ya va escrito, pero recordemos que se trata del trato precisamente con un objeto, algo que viene desde fuera (así es como también se trata a la muchacha en el texto, no mal interpretar, es un objeto, un ideal), el libro nuevo aplica y calza a la perfección en este caso, más aún el libro nuevo, al cual disfrutamos con gran emoción al momento de tenerle y leerle por primera vez, pero no es éste el disfrute real de un libro, sino su primer amor -por darle una interpretación-, es completamente volátil si no se le da una reflexión a lo leído, al igual que si no persiste la relación con la persona que se ama y no se le conoce más a fondo, una superficialidad tal no tiene otro termino más que la separación y el olvido; debe incluirse la reflexión, la indagación y el afecto a modo de confianza, lo cual solo se obtiene con el tiempo y dependiendo de la personalidad que conforme y elija el lector.
Cosas como las expuestas con el libro nuevo son las que acontecen con el primer amor, o con aquel amor del cual estamos en proceso de conocer, desarrollar o gustamos de disfrutar tendida y profusamente, pero sin violentarlo. Pues lo principal aquí es el descubrimiento y cómo nos asimos de él, lo volvemos nuestro y sólo nuestro, aquello me pasa sólo a mí y disfruto en silencio, en individualidad con el otro, por raro que esto parezca, pues la otra persona se vuelve la fuete de mis placeres, pero más como herramienta e inspiración que como una razón gravitante, pues ¿qué razón puede haber en dónde la particularidad y originalidad no me la entrega lo que veo sino cómo yo le veo y lo siento?. Así también tenemos, todos quienes hemos leído un mismo libro en más de una ocasión que a cada lectura encontramos cosas nuevas, cosas que nos llaman la atención nuevamente y otras que nos la llaman por vez primera, pero que siempre han estado allí.
El concepto de “nuevo” lo he empleado en sentido no propio del espectador sino del objeto, pero puede y se da muchas veces el fenómeno que un libro “usado” pasa a ser para quien lo adquiere un libro “nuevo” y muchas veces el suceso se repite o es aproximadamente el mismo.
Por último y en ciertos momentos tendemos a hacer dos cosas que marcan la acción en todo libro –no solo los nuevos- (acción no argumental sino práctica-teórica de lo que consideramos leerle o poseerle): Por una parte cerramos el libro y le tomamos con una o dos manos, con firmeza –sin violencia, sino firmeza- para que no se nos escape (eso realmente no sucederá, pero en ese momento lo vemos posible) y le observamos, simplemente le observamos. Le disfrutamos y gozamos.
Por la otra, tomamos el libro cerrado o a una lectura media, pero con una considerable cantidad de hojas en el porvenir; para luego y dichosamente inclinarle y con la mano derecha o izquierda (según la preferencia de cada quien) hacer correr con rapidez las páginas hasta agotarlas y llegar a una de las tapas, esto nos causa placer, y mayor es el placer entre más intenso sea el correr de las hojas, aunque siempre lo hacemos con el cuidado de no dañar el libro o que su desgaste no se vea profundizado desmesuradamente. Ésta acción me recuerda a los besos espontáneos que profusa las parejas de amantes, son besos que surgen por una necesidad de atracción, un erotismo intrínseco entre las partes, ambos están dispuestos a que esto suceda en cualquier momento o mejor dicho en el momento indicado y aceptado por ambos, pero aquel que lo realiza o comienza la acción sabe y se entrega a la respuesta del otro, sabe que su placer terminará cuando el otro diga basta, hasta que el libro termine y las hojas hayan pasado ya, cuando te encuentras con la tapa, aquella pared protectora de la interioridad que nos dice “es suficiente, el camino se termina, tal vez puedas volver a empezar”.
Mevlyma